En el tiempo de Guru Nanak ser un hombre santo tenía muchos beneficios. La gente te daba oro, joyas, regalos, comida y un gran estatus. Estos supuestos hombres santos competían para superarse uno al otro con actos de magia y pontificando con palabras copiosas en un esfuerzo por demostrar cuán tan sabios eran y cuánto poder tenían. Era una práctica común realizar austeridades y rezos al aire libre, como un espectáculo, para que la gente apreciara qué tan santo era alguien. Al igual que hoy, en el tiempo de Guru Nanak la gente confundía los sidhis, poderes ocultos yóguicos, con la espiritualidad.

En la última línea de este pauree, el Guru nos dice que la unión con Dios solo ocurre cuando Él la concede; que es un acto de gurkirpa, gracia del Guru. Guru Nanak nos enseña que recitar el Nam con devoción y amor profundo, paso a paso, un día tras otro, es la forma de obtener esa gracia. La fanfarronería de los santos arrogantes y pretenciosos es falsa y una farsa. La espiritualidad es la devoción y añoranza silenciosa y sincera que nos llevan a Dios, no las demostraciones manifiestas de poder y conocimiento falsos. Cuando esa gracia es concedida, no hay necesidad de hablar acerca de ella ni de demostrarla.