Día de Baisakhi, 1699

Illustration by Sohan Singh

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este artículo fue escrito por Ravi Har Kaur Khalsa como una historia, imaginando como habría sido estar en compañía del sangat en el Día de Baisakhi en 1699. Esto fue originalmente publicado en in Sikh Dharma Brotherhood en el verano de 1977 (Vol. III, No. 2).

…Día de Baisakhi, 1699, era un día lleno de actividades seguramente para todas las personas. La cosecha fue buena este año – teníamos justo la cantidad correcta de lluvia y sol para producir una gran cosecha de trigo de invierno – y todos estaban de buen ánimo. El día amaneció con un cielo sin nubes y el sol brilló cálidamente. La brisa era suave y llevaba el dulce aroma de principios de la primavera.

Puedo recordarlo muy bien, porque desperté sintiéndome diferente ese día. Supuse que era por la emoción del Festival de Baisakhi o quizás solo la energía especial que uno experimenta en una nueva mañana de primavera – una de esas mañanas cuando la primera cosa que sientes es una alegría y agradecimiento por estar vivo.

Me levanté como usualmente, antes del amanecer, me bañé en el rio y fui a mi templo Hindú para las oraciones de la mañana. Posteriormente, a medida que el sol se levantó más y más alto en el cielo azul, la ciudad de Anandpur comenzó a llenarse de visitantes llegando para el Festival de la Cosecha de Baisakhi. Desde todo el campo la gente vino a unirse a las festividades y el camino hacia la ciudad estaba pronto rebosante de carretas de bueyes, gente caminando, y niños corriendo y jugando al lado.

Terminé mis deberes matutinos y fui afuera para unirme a la gente. El nivel de emoción y alegría continuaba aumentando y por un momento me divertí simplemente paseando, observando y asimilando el estado de ánimo y el espíritu de la gente. Por suerte, ví a una querida amiga mía Sikh, Kamala, y a su esposo Himmat en el camino. Me dirigí directamente a ellos, ya que no podía pensar en nadie con quien preferiría pasar el día más que con esos dos. Ella y yo nos conocíamos desde hace años y, aunque eran Sikhs y yo Hindú, no había mucha diferencia.

De hecho, pasamos mucho tiempo hablando acerca de los Sikhs y ella me contó muchas historias de sus Gurus y de Guru Gobind Rai. Siempre disfruté esos momentos que pasábamos y ellos me daban un entendimiento y respeto más profundos hacia la fe Sikh. Nunca he visto una pareja de casados más feliz, ni una familia más feliz – ellos tienen varios hijos – y sabía que su devoción y amor por Dios eran la raíz de esa felicidad.

Así que cuando finalmente vine hacia ellos y nos saludamos, me dijeron que Guru Gobind Rai  había enviado una petición que todos los Sikhs de la ciudad y del campo alrededor, se reunieran esa mañana. Ellos preguntaron si me gustaría ir con ellos, y puesto que las actividades de ese día aún no habían comenzado, y también, debido a que tenía curiosidad acerca de este Guru Gobind Rai del cual había escuchado tanto, acepté acompañarlos.

El área designada para la reunión era un campo abierto con sólo unas pocas sombras de árboles al lado. La poca sombra que daban ya había sido tomada por gente, anticipando el calor del sol de la mañana. En un lado, había una pequeña colina con dos o tres carpas apostadas en ella y supusimos que eran para la comodidad del Guru.

A medida que nos aproximábamos al lugar, estábamos riéndonos y hablando como los viejos amigos lo hacen, hasta que derepente, sentimos un cambio en el aire. Habían miles de Sikhs, y otros también, coincidiendo en el lugar de encuentro y aunque la emoción del Festival de Baisakhi prevalecía, había aquí una corriente subterranean, algo más sutil y aún así obvio. Había, en medio de la emoción, un sentimiento de urgencia, de expectación y un toque de misterio. Era sentido por todos.

Nuestros propios pensamientos cambiaron desde el festival hacia lo que estaba inmediatamente delante de nosotros. Por qué Guru Gobind Rai  había llamado a un encuentro? Qué palabras de Verdad especiales aprenderíamos de él este día?

Nos sentamos entre muchos otros, más cerca del frente y esperamos, silenciosos, cada uno con sus propios pensamientos. Podía sentir el amor y la devoción que mis dos amigos tenían por este Guru, y mientras yo misma estaba ansiosa de escuchar lo que él tenía que decir, podía sentir que ellos esperaban con una anticipación y una añoranza en sus corazones…se sentaron silenciosamente en meditación.

Tomó un largo tiempo para que todos llegaran y se sentaran. El sol de primavera creció más cálido y la brisa que había soplado más temprano ahora no ofrecía alivio a medida que nos sentamos esperando. Las moscas comenzaron a ponerse molestas y las gotas de sudor pronto cubrieron las cejas de muchos. Nos sentamos… esperamos.

Finalmente, todos los que parecían venir estaban sentados y en silencio. Ahora, desde una de las carpas, salió Guru Gobind Rai.

Todas las miradas se dirigieron hacia él y miles de personas le dieron cada onza de su atención. Nunca lo había visto antes y mi corazón ahora latía con fuerza, mientras posaba mis ojos en él. De hecho había algo increíblemente especial acerca de él. No era para nada un hombre alto, como lo había imaginado, pero su proyección era de fuerza y sin miedo.

Estaba vestido en completo atuendo azul real y usaba una larga espada en su cintura. Mientras caminaba a corta distancia de la carpa hasta la cima del montículo, el sol atrapó las joyas en la empuñadura de su espada y brilló magníficamente. Había determinación en su postura, mientras se giraba para mirar al sangat.

Luego, lentamente y deliberadamente, sacó su espada. Todo estaba quieto. El habló: “Mis Amados Sikhs, hay alguno entre ustedes quien daría su vida por mi?” Habíamos escuchado correctamente? Hablaba en serio? Los corazones aceleraron y los rostros palidecieron alrededor, pero no había ningún sonido. Otra vez preguntó, “Hay alguno de ustedes que daría su cabeza a su Guru?” Las mentes de todos estaban corriendo, pero otra vez había silencio. Y aún así, una tercera vez, él habló y gritó, “Quién me dará su cabeza como prueba de su fe?”

La tensión silenciosa era casi ensordecedora. Y entonces, un hombre, Bhai Daya Ram, se levantó donde estaba sentado y con su cabeza postrada respondió, “Oh Rey Verdadero, mi cabeza es tuya.”

 

Illustration by Sohan Singh

 

Inmediatamente, hubo un sentido de alivio y tomé la mano de Kamala y me di cuenta que su mano estaba esperando por la mía. Pero si ese primer sentimiento era alivio, el siguiente era temor por este hombre, quien mientras caminaba hacia el Guru en sus últimos momentos de vida, sostuvo su cabeza en alto y una radiante paz brotó desde él.

El Guru lo tomó del brazo y lo guió hacia una de las carpas. Otra vez todo estaba silencioso y se escuchó un sonido sordo desde adentro. Guru Gobind Rai emergió desde la carpa, y la multitud se quedó sin aliento al ver la espada goteando sangre.

Se paró frente a nosotros y preguntó, “Hay otro verdadero Sikh que me dará su cabeza?” No había respuesta ya que ahora la multitud estaba segura que él había tomado la vida de Bhai Daya Ram. Preguntó una segunda vez, y una tercera vez y finalmente, un hombre llamado Dharam Das se levató y contestó, “Oh Gran Guru, toma mi cabeza.” El también, entonces, fue guiado a la carpa y el Guru emergió otra vez, espada bañada en sangre.

Pero esta vez él parecía enojado y con la espada en alto gritó, “Quiero una cabeza! Alguien deme una cabeza!” En este momento, la multitud comenzó a murmurar y algunos gritaron que el Guru había perdido su razón. Otros comenzaron a irse, aclamando que se había vuelto loco.

Pero en medio de la cresciente confusión, un hombre, Mahakam Chand, se levantó en alto. Su elegante vestido hizo obvio que era un hombre de gran riqueza. Se movió hacia adelante a través de la multitud, y cuando alcanzó al Guru, puso sus joyas y collares a sus pies, y luego silenciosamente caminó hacia la carpa.

Cuando el Guru salió otra vez pidiendo otro sacrificio, había un disturbio general. Muchos estaban yéndose ahora, pensando que el Guru había perdido tanto su cordura que los mataría a todos. Otros se quedaron, avergonzados de correr y avergonzados porque no podían hacer el sacrificio final.

Esta vez, Sahib Chand, un hombre joven, sin pensar en los años que tenía por delante, se ofreció a sí mismo al Guru. Nunca olvidaré el rostro de ese joven hombre. Tal eran su pureza e inocencia.

La quinta vez que Guru Gobind Rai salió a pedir una vida, la mayoría de la gente se fueron corriendo. Sólo unos cientos o algo así permanecieron. Mis amigos, Kamala y Himmat, se sentaron con sus cabezas postradas y yo, yo estaba en un trance. Después del desconcierto de los primeros pocos que se sacrificaron, me pregunté a mi misma, una y otra vez, quién es este hombre por quien la gente renunció a su riqueza, sus hogares, su misma vida? Qué defiende él?

Y lentamente, pero incluso más claramente, la Verdad de eso vino a mi. Entonces el grito de “Denme otra cabeza!” me trajo de regreso a la realidad. Y entonces, Kamala estaba de repente apretando mi mano, y pude sentir la suya temblando en la mía. Miré, incrédula, mientras Himmat lentamente se levantó, gentilmente soltando su mano de la de ella, dejándola descansar por sólo un momento en su cabeza, y luego él dijo, “Toma mi vida también, Oh Verdadero Guru,” y caminó hacia adelante para dar su cabeza.

El rostro de Kamala tenía lágrimas cayendo, pero una sonrisa de belleza infinita y paz había en él, y comprendí cómo su amor por Dios y el Guru era el mismo, y aún así, estaba antes de su amor por cada uno.

Mientras miraba a Himmat irse, fui vencida por su gracia y humildad. Lentamente, pero seguramente, con cada paso él se aproximó al Guru, se arrodilló a sus pies y se postró por la primera vez al Dios Infinito que lo había bendecido así. Se levantó entonces, y sus ojos se encontraron con los de Guru Gobind Rai, y por el momento en que ellos sostuvieron la mirada de cada uno, esa unidad y amor por cada uno, era obvio para todos.

Entonces, el Guru lo tomó del brazo y lo llevó para reunirse con las almas de los cuatro que habían ido antes de ellos…Qué pasó después, seguramente asombró a todos. El Guru trajo hacia afuera a los cinco hombres que habían dado sus cabezas, todos vestidos en túnicas espléndidas y joyas. Se pararon con una majestuosidad y realeza inigualada por ningún rey, y con una humildad nacida de la Gracia Divina. A la vista de los cinco puros amados, Kamala jadeó e inmediatamente se inclinó ante Dios y el Guru en agradecida súplica.

Los cinco fueron entonces bautizados por el Guru como Khalsa, y él en su suprema humildad, les suplicó que lo bautizaran a él, diciendo que “El Guru es Khalsa, y Khalsa es el Guru.” Y a medida que hicieron eso, me di cuenta por qué había despertado ese día sintiéndome nueva y especial. Porque yo, junto con muchos Hindúes y otros, también recibí ese día el bautismo de los Puros y como ellos, he dado mi cabeza a Dios y al Guru. “Wahe Guru Ji ka Khalsa. Wahe Guru Ji ki Fateh!”

 

Ver este artículo como originalmente apareció en Sikh Dharma Brotherhood en el verano de 1977

 

Traducido por:

Rupinder Kaur Khalsa

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