Durante la época medieval en la India, los yoguis se mostraban así mismos como renunciantes y mendigos célibes. En aquél tiempo, la práctica del yoga no era como la conocemos hoy. El yoga era un camino exigente que buscaba la unión con Dios y la obtención de poderes ocultos a través de prácticas arduas y austeras. Pero para muchos también era una forma de evitar el trabajo para ganarse la vida. La cultura local había evolucionado desde una tradición predominantemente hindú, en la que los yoguis eran respetados y, a veces, temidos por sus poderes. Por lo tanto, era costumbre darle comida, ropa, mantas y dinero a un yogui itinerante, ya que se consideraba que hacerlo traía bendiciones y buena fortuna. Muchos se convirtieron en yoguis solo para beneficiarse de la generosidad de la gente común.

Guru Nanak inicia el vigésimo octavo pauree mostrándonos un camino más elevado del yoga. En vez de usar aretes pesados que distiendan los lóbulos de las orejas, haz tus aretes con el contentamiento interno. En vez de cargar un cuenco para limosnas de un pueblo a otro, reemplázalo con trabajo honesto. Y en vez de cubrir el cuerpo con cenizas sagradas, cúbrete con el brillo de la meditación. Recuerda siempre que regresarás un día a Dios y vístete con el recuerdo constante de la muerte en vez de un abrigo remendado. Vive con gracia moral, respetando tanto a hombres como a mujeres, en vez de vivir como un vagabundo. Deja que tu fe profunda en la voluntad de Dios sea su bastón. Vive con la fe que describe Guru Nanak en el Sodar, “Al haber creado la creación, Él mismo la vigila”.